Serían las cinco de la mañana cuando fui a la cocina a buscar un vaso de soda y ahí estaba el zorrito.
Esta vez, subido a un banquito, a una escalera y a un tarro, apilados, para llegar al estante más alto de la alacena. Había encontrado el paquete de nueces mariposa y trataba de meter de a dos o tres en su pequeño bolsillo.
Hacía un ruidito de felicidad con la lengua, algo así como ts, ts, ts.
Yo estaba inmóvil en la puerta, mirándolo. La cola rojiza y plumosa de los zorritos de cocina siempre me deja sin aliento. Tanta belleza en un animal es peligrosa.
Cuando se dio cuenta de mi presencia, dio tres golpecitos con una uña en la puerta de la alacena: tk tk tk.
—¡Qué cara de mal dormida! —dijo a modo de saludo.
—Hoy mi subconsciente no contrató a un buen guionista —dije en mi defensa—. Soñé cosas tan obvias que podría escribir mi propio libro de bolsillo del significado de los sueños para tontos.
*Primero, voy manejando un auto y de pronto no lo puedo arrancar y encima me doy cuenta de que estoy en una avenida y contramano: hay cosas que no puedo manejar y no salen como yo quiero.
*Después estoy durmiendo como en un campamento, bien abrigada en bolsa de dormir y con fogata, pero en medio de la ciudad, en la puerta de un local. Creo que estaba esperando a que abriera no sé por qué. Y llega un grupo de borrachines, y me quieren sacar una frazada, y yo me asusto y no me puedo volver a dormir: me da miedo lo diferente, lo que está fuera de mi control.
*Por último, algún personaje (tal vez en el local que estaba esperando que abriera) tenía una maquinita antigua, una especie de juego mecánico que permitía ver unos dibujitos animados, era genial y yo la quería. Pensaba que tenía que chequear en Mercado Libre cuánto salía algo así para hacerle una oferta: típico de esta sociedad de consumo, soy lo que tengo. Ni dormida pueda zafar.
—¿Todo eso esta noche?
—Sip.
Me serví un vaso de soda de la heladera y nos quedamos un momento en silencio. Hasta que el zorrito dijo:
—O tal vez, las cosas se tienen que descontrolar un poco para llegar a buen puerto...
—¿Te parece? Tu interpretación es más filosofía barata que la mía, me temo.
—Bueno, si es por eso, te diría que no andes por ahí diciendo que te encontrás zorritos colorados de cocina cada madrugada. Y, además, tenés tos. No deberías andar descalza.
—Es que no encontré mis pantuflas —me defendí—. Estaban al lado de la cama cuando me acosté...
—Mmmh... seguro te las robó un erizo. Son mimosos y les gusta dormir sobre algo mullido. Pero no te aconsejo despertarlo. Y mañana cuando aparezcan las pantuflas abajo de la cama, fijate bien que estén deshabitadas antes de meter el pie... Pero seguro se van antes de que te despiertes. No son bichos que se dejan ver fácilmente.
—Como otros —acoté.
El zorrito hizo otra vez tk tk tk con la uña en la alacena y volvió a hurgar, como dando por terminada la conversación.
Incliné la cabeza a modo de saludo y me di media vuelta, mientras le avisaba:
—En la otra puerta hay tomates secos.
—Ah —hizo un suspiro cortito de alegría plena—. Volviendo a tus sueños: yo que vos no me quejaría con el guionista. Más bien andá con cuidado, así tu subconsciente no te tiene que andar avisando las cosas que ya sabés.
—Pero... —intenté decir algo, aunque no sabía bien qué.
—Pssst —dijo el zorrito, y me hizo un gesto con la mano que no entendí si era andá, andá, o no puedo hablar más porque tengo que encontrar estos tomates.
Pasé por el baño antes de volver a la cama. Después, me dormí enseguida, arrullada por el lejano sonido de frasquitos y latas y bolsas que se revolvían.
Soñé con erizos que se acurrucaban un una pradera de pantuflas mullidas y abrigadas.
Y por suerte, cuando me volví a despertar, no me dediqué a seguir analizando nada de lo que pasó esta noche.
25.7.10
Zorrito de visita
Etiquetas: listas de zorrito
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