31.1.07

Lecturas de ENERO 2007

*Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata.
*La familia Fortuna. Amor Fati o los gemelos marplatenses, de Tulio Stella.
*La familia Fortuna. El país del fugu, de Tulio Stella.
*La familia Fortuna. Arte poética, de Tulio Stella.
*El libro álbum. Invención y evolución de un género para niños,
varios autores.
*La espuma de los días, de Boris Vian. (Relectura)

17.1.07

"¿Nadie vio mi caparazón?"

No aparece. No sé dónde está. No me di cuenta hasta ese momento, por supuesto, justo cuando la necesité. Para mí, siempre había estado ahí, no podía recordar cuándo fue la última vez que la vi realmente...
*Miré por encima de los lugares habituales: la mesita de al lado de la puerta, el diccionario, la heladera, el cajón de las bombachas, las pilas de papeles que dan vueltas por ahí, pero no.
*Me resigné a una búsqueda más a fondo: saqué todos los libros de la biblioteca, miré entre los platos, los vasos, las tazas y las cacerolas de la cocina. También en el cajón de los cubiertos. En el placard, entre la ropa de verano y también entre la de invierno. ¿Se habría perdido en la última mudanza? ¿Se la habría comido el gato en un descuido?
*Busqué en los pliegues de los almohadones del sillón, en la cama, adentro del lavarropas, entre las plantas, atrás de los muebles.
*Estaba al borde de la desesperación: desarmé los enchufes, miré adentro de las cañerías, entre las fotos viejas, entre los discos.
*Empecé a desconfiar de las últimas visitas: alguien se la debía haber llevado. Por error, tal vez, pero no la había devuelto. Llamé a algunos amigos, le toqué timbre al vecino, miré con más sospecha al gato.
*Levanté las baldosas del piso, el parket del living, saqué la tierra de las macetas. Ni una sombra de la sombra. Ni una señal, ni una pista confusa. Ni un atisbo.
*Me rendí, me llamé a silencio y me hice la desentendida por unos días. ¿Quién la necesita?, pensaba. Pero al tiempo volví a la carga. La necesitaba, claro.
*Revisé carteras fuera de uso, los bolsillos del tapado, la cajita de los aros, el espejo del baño, los frascos de shampú.
*Apelé a lugares imposibles: la guía telefónica, el frasco de galletitas, el lapicero del escritorio, debajo de la mesa. Pero ya no sé qué más hacer.
*No aparece. Por momentos creo que no existe, que sólo fue mi imaginación. Pero algo me lleva a seguir buscando. Estaba acá, me repito, acá arriba de todo, en la punta de la lengua. Pero ya no está. La palabra justa sigue sin aparecer.

5.1.07

La batalla del calentamiento

El otro día, entró un calor a casa. Terrible. Supongo que entró por la ventana, pero bien puede haber entrado por la canilla de la cocina. Llenó hasta el último recoveco: desde el ángulo izquierdo del techo hasta el cajón de la cómoda del cuarto. Todo en casa era calor. Tenía que pensar algo para sacarlo.
*Primero hice lo más obvio. Prendí todos los ventiladores de la casa. Sin embargo, podía sentir como el calor disfrutaba con esa especie de baile de viento que lo hacía ir y venir por todos lados.
*Parece ser que el color negro le gusta, entonces, junté todo lo que encontré negro, lo metí en una caja y lo tiré a la calle. Allá fueron mis zapatos, algunas carteras, dos cinturones, algunos libros de lomo negro, el gato y un velador. Pero el calor no se iba.
*Probé con una ducha fría. Y como no me pareció demasiado, empecé a regar con agua fría toda la casa. Empapé sillones, bibliotecas, aparadores... pero nada. En seguida, un vapor de agua brotaba y el calor se mantenía firme.
*Abrí la heladera de par en par. Escondí cubitos por todos lados: abajo de la cama, en los placares, bajo el escritorio -como quien pone trampas para ratones- y me hice la desentendida por un rato. Cuando empezaron a aparecer charquitos en cualquier parte comprendí que iba perdiendo mi batalla por goleada.
*En un despliegue de producción conseguí tres osos polares, cinco pingüinos, una pareja de esquimales y siete cachorritos de siberiano. Les pedí que se sintieran como en su casa (con la esperanza de que ahí nomás levantaran un iglú, algún iceberg, cuevas heladas, algo...) pero enseguida se miraron horrorizados y huyeron. Temo que salvo un pingüino, que se derritió al tocar el pomo de la puerta. Necesitaba más refuerzos.
*Llamé al heladero que, palitobombónhelado, andaba librando a todo el barrio del calor (parece que era una especie de epidemia). Le compré todo lo que le quedaba: dos torpedos de frutilla y un cucurucho de granizado. Mi enemigo no iba a resistir. Sin embargo, antes de terminar la primera munición, el calor me había dejado toda manchada de un líquido rosado y pegajoso.
*Decidí darle de su propia medicina. Cerré todo y puse agua a hervir. Serví dos tazas de té humeante y me senté a la mesa. No quedaba más que negociar. Sudando a más no poder, esperé a que el calor no resistiera la tentación de más calor y viniera a conversar conmigo. Diez minutos después, ahí estaba. Tomando alegremente su té, exultante por su victoria, sonriendo de oreja a oreja. Pero yo no me iba a dejar convencer tan fácil y él no quería ceder terreno.
*Ya sé. Podría llamarse traición, pero yo prefiero creer que fue defensa propia. Para conciliar la charla le convidé un caramelo... ¡de mentol! El aliento fresco lo agarró por sorpresa. Ahí nomás, justo cuando iba a llevarse un trago de té para contrarrestar el caramelo, le tiré un par de cubitos a la taza. Con el crac cric del hielo en el agua caliente, vi como su cara se desfiguraba de terror. Estaba atrapado.
*Como un suspiro de verano, se coló, mansito, por debajo de la puerta y se fue. Supongo que está juntando fuerzas para contraatacar, pero no me importa porque la próxima vez no le va a ser tan fácil entrar. Como quien planta ruda para espantar a los malos espíritus, planté menta en todos los canteros.
Ah, y me conseguí un gato blanco.

1.1.07

Lecturas de DICIEMBRE 2006

*Lucas y Simón van a la playa, de Silvia Schujer.
*Dogs Don't Tell Jokes, de Louis Sachar.
*Pollos de campo, de Ema Wolf.
*El día que cambié a mi padre por dos peces de colores, de Neil Gaiman y Dave McKean. (GUAU!)
*La familia Fortuna. Linguaglossa, de Tulio Stella.